Verano 1993 - Realidad fracturada

viernes, junio 30, 2017 0 Comments A+ a-

Resulta bastante complicado acercarse, por muy diversos motivos, a la que sin duda se ha convertido por mérito propio en la película revelación del año en España. Verano 1993, la ópera prima de Carla Simón, llega a los cines después de haber sido premiada en los festivales de Berlín, Málaga y Cannes. La cinta narra la historia real de la directora en un período muy concreto de su vida: tras perder a sus padres a los 6 años, se vio obligada a abandonar la ciudad para trasladarse al campo con sus tíos, que desde ese momento pasaron a ser sus padres adoptivos. El principal problema de uno de los filmes más inflados de los últimos años es lo lejos que se encuentra en todo momento de "lo cinematográfico", del arte de narrar a través de las imágenes. Si las palabras de Simón dejan entrever este distanciamiento (inexplicablemente, (se) ha hablado en todo momento de su debut como una "historia real", cuando se supone que lo que estamos viendo es mucho más que eso, como mínimo una "PELÍCULA basada en hechos reales"), sus actos no hacen más que refrendarlas. 


En primer lugar, no es nada fácil adivinar las intenciones de la cineasta con este trabajo, dedicado a su madre biográfica. El desarrollo dramático, superficial y superfluo a partes iguales, dificulta la tarea de tomar en consideración la opción del análisis del duelo desde una perspectiva infantil; todo cambio interior (o exteriorización de sentimientos) de la protagonista viene dado por una notoria manipulación exterior: mientras la escritura de los diálogos y de los personajes está siempre supeditada a los caprichos de la trama, el punto de vista que adopta la cámara revela fines un tanto dudosos por la incoherencia del mismo. Una vez tomada la decisión de situar la cámara a la altura de los ojos de la niña (salvo para introducir algunos planos generales sin un sentido demasiado claro), es un fallo imperdonable que todos los sucesos clave de la narración sean introducidos verbalmente, en ocasiones sobrepasando las barreras de la lógica. 

Supone un grave inconveniente por su naturaleza la ardua tarea de realizar una película en la que los hechos pasados forman parte del presente, debiendo echar la vista atrás de manera que la inocencia de la infancia se imponga a la madurez de la visión adulta. En la resolución de este quimérico equilibrio, no solo se traiciona el punto de vista empleado (la información que se nos proporciona nunca está en consonancia con aquella que podría asimilar una niña de 6 años), sino que además la pequeña es convertida en una especie de ser omnipresente que escucha nítidamente conversaciones y discusiones desde cualquier lugar. La aparición de esos recursos manipuladores entra en contradicción con la honestidad y la sencillez de las que pretende hacer gala la cinta. 


Como decíamos, la información suministrada por los adultos en diferentes conversaciones se convierte en el motor de la narración, impidiendo observar cambios sustanciales en la situación de Frida sin que un golpe de efecto lo motive. Y la verdad es que disponía de muchos elementos para lograrlo: primer contacto con la religión a través de algunos símbolos, cambio de un entorno urbano a uno rural, entrada en su vida de una hermana que se podría convertir en una amenaza... Pero en lugar de explorar de una forma hasta cierto punto sensorial el cambio sufrido por la niña a raíz de la muerte de sus padres y su posterior mudanza -tanto física como emocional-, los esfuerzos de Simón parecen ir encaminados a convertir a los padres adoptivos en personajes malvados. De manera totalmente inconsciente, el verano de la protagonista en la ficción queda marcado por el (mal) trato de sus padres hacia ella en lugar de hacerlo por un proceso mucho más complejo como es la pérdida de los progenitores y la posterior adaptación a una nueva vida. Tan maniquea como impersonal y arbitraria en la labor de dirección, Verano 1993 es un ejercicio autobiográfico dolorosamente intrascendente.