Taxi - Los límites de la realidad

miércoles, septiembre 16, 2015 0 Comments A+ a-

Jafar Panahi, ganador de un León de Oro y un Leopardo de Oro, lleva siendo perseguido por su nación, Irán, desde 2009. El reputado y comprometido director pasó meses en prisión, encontrándose desde hace años incapacitado para hacer cine y bajo arresto domiciliario. Así. sus trabajos desde aquel momento, Esto no es una película y Closed Curtain, han sido rodados entre las paredes de su propia casa. Ahora, probablemente ayudado por una menor vigilancia de su Estado, Panahi se hace con un taxi y empieza a recorrer las calles de Teherán, cámara en salpicadero, filmando sus entrevistas a los viajeros y capturando el espíritu de la sociedad iraní a través de este viaje.


Como viene siendo habitual en su cine, Panahi juega con el espectador a su antojo, haciendo casi imposible la tarea de diferenciar entre realidad y ficción. En cualquier caso, y con más o menos guión, Panahi nos muestra el descontento de una sociedad que sufre cierta represión, con un tono ligero de comedia que deja la tragedia en un segundo plano, relegada a dos momentos puntuales. Los diferentes episodios que tienen lugar aportan cosas diferentes, dejando, cuando menos, una incontable cantidad de risas en el patio de butacas. Pero, evidentemente, nunca olvida -ni olvidamos- lo que hay detrás de todo: no puede hacer cine, y tiene que "camuflarse" para poder hacer cosas así de pequeñas -al menos sobre el papel- y rápidas.


Taxi funciona como vehículo -y nunca mejor dicho- para concienciar al espectador en clave cómica sobre los problemas que sufre la sociedad iraní. Un muy divertido documental que no aparta nunca la mirada sobre la situación socioeconómica de su país, sea realidad o ficción. Panahi, sin apenas medios, es capaz de hacer una obra tan espléndida y de sumar a su palmarés un Oso de Oro. ¿Le queda algún animal por ganar? Quizá ya sólo le quede tumbar al país que le reprime.

Heimat - La otra tierra

martes, septiembre 15, 2015 0 Comments A+ a-

El alemán Edgar Reitz dirigió una trilogía para televisión en los años 1984, 1993 y 2004 en la que echaba una mirada hacia atrás para tratar los acontecimientos más importantes ocurridos durante el siglo XX en un ficticio pueblo alemán. Casi una década más tarde entendió que faltaba algo, y que era necesario hacer lo propio con el siglo XIX. Así, a modo de precuela, dirige el largometraje Heimat – La otra tierra, cuya duración no llega a las cuatro horas. Después de ver este magistral trabajo me veo obligado a hacer lo propio con todas las temporadas de la serie, más tarde o más temprano. Tenemos ante nosotros un verdadero hallazgo.


En este film Edgar Reitz sigue la vida de los Simon, una familia de la región de Hunsrück sumida en la pobreza y que busca de todas las maneras posibles salir de ella. El eje sobre el que está articulada toda la narración es Jakob, el menor de los tres hermanos de la familia. Este joven es un incomprendido de su tiempo, más interesado en cultivar su mente leyendo y aprendiendo idiomas que en los monótonos trabajos manuales. Heimat nos presenta el lapso de tiempo entre los años 1941 y 1944, que coinciden con la escritura del joven en su diario, actuando así como narrador omnisciente. Quizá la decisión de desarrollar esta precuela viene motivada por mostrar al mundo que las cosas no han cambiado tanto como creemos. Reitz nos sumerge en mitad del siglo XIX y habla sobre temas universales como la familia, la incomprensión en un entorno alejado de toda evolución, el amor, los sueños, la prosperidad… Todos sueñan con emigrar a Brasil, supuesta tierra de bonanza económica a la que los nobles hacen creer que es muy fácil viajar.


Heimat – La otra tierra es un logro cinematográfico absoluto, tan extraordinaria por lo que cuenta como por la forma en que lo hace. No contento con eso, Reitz nos regala uno de los trabajos más bonitos a nivel visual del cine moderno. La fotografía en blanco y negro de Gernot Roll es un gozada, destacando en momentos determinados algunos objetos con un más que estudiado uso del color. La facilidad con la que la historia se centra en desarrollar otros personajes y familias casi sin que nos demos cuenta es remarcable, y algunas transiciones, zooms y planos aéreos no hacen más que elevar esta película a la categoría de obra maestra.

La película se divide en dos partes: Home From Home (107 minutos) y Chronicle of a Vision (128 minutos). En la primera parte la narración siempre obedece a la escritura del diario de Jakob, en lo que supone una presentación completa de la gran mayoría de personajes que tienen una mínima importancia. Debido a un giro de los acontecimientos, en la segunda la narración se realiza, sobre todo, a través de las poderosas imágenes. Sorprende por tanto que, a pesar de las casi cuatro horas de película, el ritmo nunca decaiga y que ambas formas de narrar sean igual de efectivas. Probablemente el momento más emotivo de Heimat se encuentre en el estupendo cierre de su primera mitad, aunque es indudable que es una obra que guarda una mayor sensibilidad de la que podríamos prever.


No sé si Heimat – La otra tierra es mi estreno favorito de lo que llevamos de año, pero sin duda me parece la película más redonda que se ha estrenado. Una obra mayúscula, completada a partir de pequeños pedazos de gran cine. Un trabajo con un incuestionable aroma a cine clásico que se confirma como una de películas más importantes de los últimos tiempos. Es muy probable que este genial director y estupendo narrador que es Edgar Reitz no nos regale ningún trabajo más -al menos no a este nivel-, así que quedémonos con que la gran mayoría de nosotros aún debemos disfrutar de las tres miniseries que completan la trilogía de Heimat.

Una segunda oportunidad - Descabellada

martes, septiembre 15, 2015 0 Comments A+ a-

El síndrome del espectador sacudido.

Susanne Bier, otrora creadora de grandes películas como Después de la boda o Hermanos, parece llevar tiempo sumida en una preocupante crisis creativa. La directora danesa ha demostrado en multitud de ocasiones su capacidad para llevar al límite toda relación humana, aunque siempre cercana a traspasar la línea de la credibilidad, debido sobre todo a algunas situaciones extremas y al histrionismo de sus personajes. Sin embargo, esa tensión o nervio palpables en otros de sus trabajos aquí no se encuentran, pues la amiga Susanne sobrepasa todas las líneas y límites existentes. Una segunda oportunidad es poco más que una falta de respeto al buen gusto, a toda persona con hijos, a los enfermos mentales e incluso a los drogadictos.


Exceptuando casos muy concretos, como la recientemente estrenada Silent Heart de Bille August (inesperadamente contenida), las historias que llegan de tierras danesas me resultan un tanto exageradas. Pese a esto, la gran mayoría de sus directores, o al menos de los que he tenido oportunidad de ver trabajos, aprovechan de manera extraordinaria esas salidas de tono tan características de su cine. Muchas veces me cuesta creerme determinadas situaciones, pero el saber hacer de sus artífices suele conseguir que sus películas me parezcan, cuando menos, interesantes. Así pues, está en su propia naturaleza el crear ese tipo de personajes tan excesivos. Una seña de identidad de la que acostumbran a sacar un provecho inmejorable.

En Una segunda oportunidad, integrante de la SO en la edición pasada del Zinemaldia, Andreas es un policía felizmente casado y con un hijo recién nacido. Un día, recibe un aviso para intervenir en la pelea de una joven pareja de drogadictos, descubriendo posteriormente en el armario un bebé en penosas condiciones. Cuando tiene lugar un suceso inesperado, Andreas, ese policía a priori sensato y calmado, empezará a actuar conforme a la propia idea que se ha formado acerca de lo que es la justicia. Intuyo que, dada su chocante relación y su inestabilidad mental y emocional, el feliz matrimonio también tuvo algún pequeño encuentro con las drogas en su juventud. En cualquier caso, debemos intentar tomarnos en serio sus desdichas sin preocuparnos por su salud mental.


Es poco menos que imposible creerse que Susanne Bier haya llevado a la pantalla esta disparatada historia sin ser consciente de ello. Podríamos pensar que Una segunda oportunidad es una broma, pero me cuesta imaginar que alguien sea capaz de tratar de una manera tan desafortunada temas tan serios como los que salen a colación aquí. El primer suceso irracional que tiene lugar es desconcertante, provocando que un servidor tenga que aguantarse la risa. Inexplicablemente, todo lo que acontece a partir de ese momento oscila entre la risa de incredulidad y la incomodidad por la violencia desmedida de algunas de sus imágenes, entre las que destacan innumerables primeros planos de bebés. Sin embargo, Bier parece convencida de que está realizando un trabajo serio, recreándose en el buen gusto visual cuando la acción se desarrolla en los interiores del lujoso hogar de nuestro protagonista. Y es que a pesar de acostumbrarnos a puestas en escenas sucias y descuidadas, siempre coherentes con lo que quiere contar, aquí ha optado por deslumbrar con innumerables planos de diversos paisajes. El resultado, tan nefasto como el global de la película.


Bier quiere sacudir al público con la historia de un hombre que en una situación límite se salta cualquier barrera que separe lo correcto de lo incorrecto. Quiere te preguntes hasta dónde estarías dispuesto a llegar en la situación del protagonista. Pero cuando termina la película, el dilema que suscitaba cierto interés cien minutos antes ya no importa, sólo me pregunto cómo alguien con talento ha podido dar luz a este engendro.

Ni siquiera el a priori poderoso elenco da la talla, siendo Nikolaj Lie Kaas el único que sale bien parado de este crimen cinematográfico. Una segunda oportunidad ofrece dudas sobre si su frivolidad es o no intencionada. Si los descabellados acontecimientos claman al cielo, algunos de los diálogos parecen obra de la mayor de las parodias. El objetivo de incomodar al espectador está conseguido, desde luego; eso sí, tengo la impresión de que no de la forma esperada. Véanla ustedes mismos y juzguen. Lo siento pero no te creo, Susanne Bier.

El corredor del laberinto: Las pruebas - Extravío de identidad

sábado, septiembre 12, 2015 0 Comments A+ a-

La saga de El corredor del laberinto tiene un problema esencial, el cual se encarga de eliminar cualquier posibilidad que tuviera de destacar como algo más que cine de usar y tirar. La carencia de cualquier lógica narrativa en las dos entregas que llevamos vistas -sobre todo en esta segunda- me hace dudar seriamente sobre la calidad del material original. Cuando todo lo que ocurre en la pantalla nos resulta ilógico y los giros argumentales llegan a molestar, es muy complicado que salgamos de la sala con un buen sabor de boca. Pero, al menos yo, salgo satisfecho. Es algo muy meritorio, desde luego. En cualquier caso, me corroe la duda de qué pasaría en caso de que las películas se tomasen ciertas licencias respecto al discurrir de la trama. Por desgracia, es algo que nunca sabremos.


En las dos entregas seguimos prácticamente todos los movimientos que los personajes realizan, omitiendo únicamente los lapsos de tiempo en que éstos duermen y, desgraciadamente, aquellos momentos que más tarde originarán un punto de giro sin más pretensiones que sorprender al espectador. Así mismo, El corredor del laberinto: Las pruebas empieza justo en el momento donde concluyó su predecesora. Sin embargo, debo decir que ambas películas son diametralmente opuestas.

La primera parte encontraba su punto distintivo -y, por ende, su mayor virtud- en que no seguía las pautas de otras propuestas temáticas similares ni abusaba de los tópicos del género. Las pruebas quiere ser un trabajo más grande a todos los niveles. En esta ocasión, las localizaciones no se reducen únicamente al laberinto, y todo lo que hacía "grande" a su predecesora se pierde por completo. Pero, a pesar de ello, esta secuela encuentra su lugar como un entretenimiento más que digno. Dos películas completamente distintas que funcionan como lo que pretenden ser, sin más aspiraciones que hacerte pasar un buen rato sin torturar demasiado tus neuronas.


Los supervivientes de "El Claro" son trasladados a un refugio en el que se supone que están protegidos por una organización antagonista de CRUEL, dirigida por Janson (Aidan Gillen). Thomas empieza a sospechar que las pruebas que les son realizadas encierran algún misterio, por lo que volverá a trazar un plan junto a sus compañeros para escapar del refugio. Para ello tendrán que sobrevivir en "La Quemadura", un lugar post-apocalíptico en el que deberán evitar ser contagiados por unos infectados que parecen salidos de un Survival Horror.

A pesar del satisfactorio resultado de esta secuela, hay que decir que las dos entregas funcionan mucho mejor como entregas independientes que como saga. Las escenas de acción son una constante en El corredor del laberinto: Las pruebas, haciendo de ésta una experiencia visualmente apetecible y que deja respirar a uno en muy pocas ocasiones. Precisamente son esas pausas el principal hándicap de la película, pues casi siempre preceden a un giro argumental que desafía toda lógica existente. Y es que el avance de la narración se entorpece mientras la propia historia va dando respuesta a muchas de las incógnitas que quedaron en el aire en la primera parte, además de algunas que van surgiendo en la segunda. 


El corredor del laberinto: Las pruebas está a punto de noquear al espectador con un gazapo de los que hacen saltar todas las alarmas, el cual encima coincide con el giro dramático de mayor peso. La credibilidad se pierde por completo y debemos obviar las caprichosas decisiones del protagonista si queremos sacar algo positivo de la película. Por suerte, consigue destacar como entretenimiento sin tener nada que envidiarle a la gran mayoría de blockbusters que se estrenan a lo largo del año. Las pruebas es como cualquier otro thriller de intriga o acción, pero a pesar de no parecerse nada a la primera entrega es igualmente disfrutable. Diferente pero igual de efectiva.

Ático sin ascensor - La nostalgia del cine arriesgado

viernes, septiembre 04, 2015 0 Comments A+ a-

Alex (Morgan Freeman) y Ruth (Diane Keaton) son una pareja de ancianos que lleva viviendo 45 años en un ático de Brooklyn. Cuando eran más jóvenes no les importaba el hecho de no tener ascensor, pero cada vez llegan más cansados al quinto piso en el que se encuentra el ático. Pensando en un futuro no muy lejano, deciden poner a la venta el ático y buscar otro piso que cumpla con las expectativas de hogar que tiene la pareja. La nostalgia aparece constantemente, a través de flashbacks que nos muestran sus primeros días de jóvenes en el mismo ático. Mientras tanto, y coincidiendo con su inminente decadencia física -y puede que mental-, su perrita sufre una enfermedad que potencia, de manera forzada, la carga emotiva del film.



Esperaba que Ático sin ascensor fuera una dramedia sentimentalista sobre la vida de un matrimonio cercano a sus últimos días, pero es la propia película la que se encarga de difuminar su supuesto mensaje inicial. El desarrollo de los acontecimientos y la toma de decisiones de los protagonistas dan a entender, al menos bajo mi percepción, que el cambio de domicilio que condiciona toda la película es un capricho. A pesar de que, efectivamente, el desarrollo de la cinta transite siempre cercano al drama nostálgico y la comedia ligera, siento que la historia que nos ocupa no es más que un vehículo mediante el cual Richard Loncraine pudiese hacer esta película. Al menos esa es la sensación que transmiten el poco trabajado guión de Charlie Peters y la convencional puesta en escena.


Y es que ni siquiera el mayor reclamo de la película, su dúo protagonista, consigue hacer que Ático sin ascensor sea algo más que otro producto insustancial. La química entre ambos es palpable, pero su complicidad no será suficiente para contentar a un público medianamente exigente. No contento con firmar un trabajo insípido y carente de cualquier tipo de pretensión, Loncraine carga desmesuradamente contra los agentes inmobiliarios, retratándolos de una manera que, por alocado que parezca, acaba alejándose la realidad. La figura del "terrorista" creado por los medios de comunicación adquiere por momentos más importancia que la trama central, haciendo que el precio de las viviendas fluctúe a su antojo. Además, esta aparición da pie a impregnar la cinta de un discurso moralista totalmente innecesario. 


Ático sin ascensor, sorprendentemente, obtiene mejores resultados cuanto más ingenua y convencional es. Aunque la trama principal carezca de sustancia, son las estúpidas tramas secundarias las que lastran por completo un film que, a pesar de sus innumerables taras, nunca llega a resultar dañino. Son sus tiburones interpretativos lo único rescatable -que no destacable- de esta nueva creación de Richard Loncraine.