Mandarinas - Este cine no es ningún engaño

jueves, abril 30, 2015 0 Comments A+ a-



El 2014 ha sido un año de producciones de habla no inglesa de un nivel espectacular. Frente a muchos títulos de renombre, la coproducción estonio-georgiana Mandarinas logró colarse, de manera inesperada, entre las nominadas a mejor película extranjera en los Globos de Oro y a mejor película de habla no inglesa en los Óscar. Una vez visionada, las dudas de por qué había sido nominada se disiparon por completo.

Si bien Mandarinas no se puede considerar una película bélica como tal, sí sería correcto definirla como un magnífico relato antibelicista. La mayoría de películas que a lo largo de la historia han denunciado y se han mostrado en contra de las guerras, han dedicado especial importancia a mostrarnos los efectos que ésta reporta en aquellos que la viven en primera persona. La película de Zaza Urushadze hace lo propio juntando a los combatientes y a los terceros que se ven afectados por estar en un lugar y en un momento determinados. La cinta se desarrolla en el contexto de la guerra entre georgianos y chechenos, que se enfrentaron a principios de los 90 por la independencia de la región de Abjasia. El estonio nos regala esta pequeña obra maestra, la cual supone una forma de insuflar una gota de esperanza respecto de la cuasi extinta bondad del ser humano. Mandarinas es una obra sobre la amistad, pero también sobre el tremendo sinsentido que supone cualquier guerra, dado que la situación vivida en la película es extrapolable a cualquier tiempo y lugar. Y no sólo a conflictos de esta índole.


Tras el estallido de la guerra, Ivo, un estonio, decide quedarse a ayudar a su amigo Margus en la recolecta de mandarinas. Sus familiares y compañeros han huido, pero Ivo, movido por unos motivos que en primera instancia desconocemos, asumirá el riesgo de permanecer en terreno hostil. Ivo acogerá a dos combatientes que han quedado malheridos en las cercanías de su casa, siendo éstos de bandos opuestos. Así, se desarrollará esta historia en la deben convivir dos hombres que desean matarse el uno al otro por encima de cualquier cosa, pero que le han prometido a Ivo, su salvador, que no lo harán dentro de las paredes de su casa.

Urushadze lleva a cabo una historia de amistad improbable y peligro inminente: bien por un enfrentamiento entre el georgiano y el checheno, bien porque en cualquier momento el conflicto pueda afectarles por encontrarse en el centro del campo de batalla. El relato se apoya en un potente guion que no decae en ningún momento y en unas interpretaciones de primer nivel, especialmente la de Lembit Ulfsa, que con cada mirada o gesto es capaz de conmoverme. Porque salvando las distancias, el personaje de Ivo es un héroe equiparable al Alexander de Sacrificio o al guía de Stalker, tan fieles a una idea. De vez en cuando el cine se desprende de artificios y nos regala películas con historias de las que brillan con luz propia.


La banda sonora de Niaz Diasamidze es tan sencilla y brillante como la historia. Nada pretende destacar individualmente, y eso es lo que hace que el conjunto sea tan compacto. Los 87 minutos de duración son más que suficientes para definir cada personaje a la perfección. Acabamos empatizando con cada uno de los cuatro protagonistas, tan contrarios en un principio, pero al fin y al cabo personas. El estonio se encarga de asestarnos dos duros golpes que, si bien son bastante previsibles, son más que necesarios. El mensaje es optimista, pero no por ello hubiese sido adecuado alejarnos de la realidad y dejar que salgamos de la sala con una sonrisa en la boca. Esa sonrisa llegará en cuanto nos paremos a pensar en la magnitud de la obra que acabamos de disfrutar.

En un momento de la película, al precipitar el vehículo georgiano por un barranco, un amigo de Ivo y Margus dice que esperaba una explosión, a lo que Ivo responde: “El cine es un gran engaño”. No puedo estar más de acuerdo con esa frase, pero Urushadze debería ser consciente de que Mandarinas es cine de verdad, del que no pretende engañar a nadie.

Difret - (Im)personal drama social

jueves, abril 30, 2015 0 Comments A+ a-

En el cine es tan importante la forma como el contenido, a pesar de que siempre hay directores -con más y con menos éxito- que, inevitablemente, le dan mucha más importancia a cualquiera de ellas. Si hacer que prime la forma frente al contenido suele derivar en trabajos artísticos vacíos, el dejar la forma en un segundo plano da lugar a obras cinematográficamente pobres. Si la intención de un director es transmitir de la forma más fidedigna posible algún mensaje o situación social, quizá la plataforma adecuada para alzar su voz sea el documental. En el caso de Difret, la ópera prima de Zeresenay Mehari, su espinoso e importante mensaje podría haber funcionado mucho mejor en forma de documental.

En la Etiopía del año 1996, estaba muy extendida la costumbre del secuestro a chicas jóvenes para que, posteriormente, fuesen desvirgadas por sus captores y convertidas en sus esposas. Hirut, una joven de 14 años, es secuestrada por un grupo de etíopes a la salida de la escuela. Al día siguiente, Hirut trata de huir y acaba matando a su captor en defensa propia. El subdesarrollo social existente en Etiopía, con una legislación basada en las tradiciones lugareñas, complicará el caso de Hirut existiendo la posibilidad de que sea condenada con la pena de muerte.  Pese a tener todo en su contra, la abogada Measha Ashenafi, que trabaja como voluntaria en una red de ayuda a la situación de la mujer en Addis Abeba y alrededores, luchará por evitar que Hirut sea condenada.

 La temática de la película le otorga un interés social indudable. La crudeza de la situación de la mujer a las puertas del S.XXI -y aún a día de hoy- en muchos países era demencial. En algunos países como España, la situación de las mujeres ha ido mejorando progresivamente y no exenta de trabas, pero al fin y al cabo avanzando hacia un punto en el que la discriminación por cuestión de género desaparezca por completo.

El que Mehari trate en su ópera prima un tema de vital importancia en su país de origen hacia esperar, cuanto menos, una mirada realista y personal de los acontecimientos. Por desgracia, los intereses del etíope residían en crear un relato universalizado, con una narrativa y mirada de lo más tradicional. Estoy convencido de que gran parte de la culpa la tiene la productora del filme: Angelina Jolie.

La importancia y fuerza de la historia se ve eclipsada por la torpeza en todos y cada uno de los aspectos de la cinta. Zeresenay Mehari deja muestras evidentes de sus carencias y su inexperiencia como cineasta; son una constante en todo el metraje los innecesarios fundidos a negro, unos cortes entre escenas un tanto extraños y unos movimientos de cámara poco hábiles. En los momentos más dramáticos el director es propenso a mostrar incómodos primeros planos con ojos inundados de lágrimas, acompañados de un uso de la música algo molesto. Las situación que se da tiene la suficiente potencia como para aflorar sentimientos por sí misma; incidir en demasía en el uso de la música y los primeros planos no hace más que enervarme y degenerar el mensaje principal.

No vale crear el interés a través del argumento de una película si no vas a tratarlo de la manera adecuada. Difret sirve como una forma de denuncia social del secuestros de jóvenes etíopes entre mediados de los 90 y principios de este siglo, y de la situación de la mujer en general. Measha Ashenafi logró gracias a su inagotable lucha que se prohibiese por ley la tradición del rapto de jóvenes para su casamiento. Es una pena que no se logre un equilibrio entre la fuerza del mensaje y la calidad fílmica, quedando así la película producida por Angelina Jolie en un producto bastante mediocre.

Sexo fácil, películas tristes: Oportunidad desaprovechada

jueves, abril 23, 2015 0 Comments A+ a-

Pablo (Ernesto Alterio) es un escritor frustrado que malgasta su vida en el sector de la enseñanza. Sus ideas y escritos no llegan a ningún lado; pero un día, un amigo suyo que es productor de cine le encarga que escriba una comedia romántica ambientada en Madrid. El amigo le dice claramente que ésta debe ser la típica historia romántica que agrade el público, con besos tempraneros y final feliz, pero Pablo no parece muy contento con la idea.  La película se desarrollará alternando realidad y ficción: la relación de Pablo con su mujer, y el guion que irá escribiendo éste, con Víctor (Quim Gutiérrez) y Marina (Marta Etura) como protagonistas.

La idea de la que parte Alejo Flah es fantástica, más aún cuando parece anunciar que va a saltarse por completo los preceptos o códigos de la comedia romántica tradicional. Al salir de la sala podremos ver que esa reinvención no se ha llevado a cabo, y que la frescura y dinamismo que se apreciaba en la parte inicial del filme a partir de los saltos entre realidad y ficción se han ido diluyendo durante el metraje. La posibilidad de convertirse en una película original y atípica se esfuma de golpe y porrazo, pues más allá de la alternancia entre ambas historias sólo vislumbro una “comedia” romántica bastante sosa. Un guion simplón e incluso torpe echa por tierra un trabajo notable de puesta en escena. Flah fue el encargado de escribir el guion de Séptimo, uno de los peores guiones del año de su estreno. Quizá para otra ocasión deba plantearse el dejar que otra persona se ocupe del libreto del filme.


La química entre Quim Gutiérrez (que una vez más hace el mismo papel) y Marta Etura es probablemente lo mejor de la película, aunque su historia de amor esté tan fugazmente desarrollada que no podamos disfrutar de ella (de la química y de Etura) como nos gustaría. La buena idea de que realidad y ficción se sucedan entre sí sólo consigue que ninguna de las dos historias contenga un mínimo de profundidad. Ernesto Alterio está más que convincente en un personaje que parece dibujado para Ricardo Darín. De entre los secundarios es obligatorio hacer mención especial a Carlos Areces, que se corona como un impecable roba escenas que nos regala los mejores momentos de la película.

La ópera prima del director y guionista argentino se estanca por su desarrollo torpe, que hace un uso constante, en ambas historias, de los clichés que parece denostar en un principio. La línea argumental de la historia desarrollada en Madrid carece de profundidad, mientras que la que se desarrolla en Argentina no despierta en mí ningún interés. Lo peor de todo es que la película deja un mensaje en el aire de lo necesario que es mantener una relación de pareja para ser feliz, que paradójicamente es escrita por alguien que está pasando por una crisis sentimental.


Sexo fácil, películas tristes se estrella en su intento de innovar y dejar a un lado los convencionalismos. Entretiene y tiene buenos momentos, pero entre unas cosas y otras acaba perdiéndose entre la mediocridad.


Lost River. La fabulosa fábula de Gosling

viernes, abril 17, 2015 0 Comments A+ a-

En una Detroit post-apocalíptica, enmarcada en un futuro más cercano de lo que nos gustaría, el impago de las hipotecas obliga a la mayoría de familias a abandonar sus hogares. Lo que un día fue una ciudad de supuesta prosperidad y crecimiento, pasa a ser el lugar idóneo para que Ryan Gosling, en su primer trabajo tras las cámaras, nos meta de lleno en el futuro -y presente- que nos depara esta sociedad capitalista, aquella en la que un director de sucursal bancaria te recomienda solicitar préstamos que te llevarán a la ruina, la misma en la que su sustituto crea un club de provecho social nulo para seguir arruinando a las pocas personas que aguantan en la ficticia ciudad de Detroit que nos ocupa: Lost River.

En esa ciudad que se nos presenta en los créditos iniciales, el joven director y actor canadiense presenta una película importante, que habla de cosas más importantes, y que lleva a cabo como si de un cuento se tratase, contando una historia de las de siempre como nunca lo habían hecho antes. Porque en Lost River hay un hermano mayor que promete proteger al pequeño del monstruo, un dinosaurio e incluso dragones. Esa forma de contar las historias es lo que diferencia a un simple director de un autor; yo me aventuro a afirmar que Ryan Gosling se encuentra en el segundo grupo, pese a que, evidentemente, tenga mucho terreno por delante.


Ir a ver esta película habiendo leído la sinopsis y las críticas de Cannes significaría cometer un craso error, porque parece que los periodistas se pusieron de acuerdo para no asistir al pase y elaborar sus textos conforme a su equívoco argumento. "Surrealista", "mezcla y/o copia de (inserte nombres de directores controvertidos y que den una gran importancia a la estética del filme)", "la amarás o la odiarás", son algunas de las cosas que se dijeron -y se siguen diciendo- tras ser proyectada en el festival de la costa azul francesa. Es evidente que Lost River puede gustar más o menos, pero más lo es el hecho de que no es una película inaccesible ni mucho menos, pues pese a dotar a la película de una importancia visual innegable, ésta sigue una línea narrativa totalmente lineal y nada críptica o confusa. Dudo que alguien vaya a creerse que con Lost River se va a encontrar un material puramente convencional.

Billy (Christina Hendricks) es una madre soltera con dos hijos que lleva tres meses de atraso en el pago de la hipoteca. Ante la creciente amenaza de perder su hogar, Billy se verá obligada a trabajar en un club nocturno de lo más violento, perverso y enfermizo. Su hijo mayor, Bones, tendrá que enfrentarse, junto a su vecina Rat, al rey de esta ciudad decadente, Bully, que no es más que un eficaz reflejo de lo bajo que ha caído este mundo que apreciamos aquí. Bones descubrirá una ciudad subacuática que esconde parte del pasado de Lost River, ciudad que no se llama así por casualidad.

El principal aliciente de la ópera prima de Ryan Gosling es su potencia visual, influenciada -lógicamente- por su amigo y maestro Nicolas Winding Refn. Pero, inesperadamente, sólo me acuerdo de Refn en esa fotografía de Benoît Debie, donde destacan luces de neón y diversos objetos en llamas, desde casas hasta bicicletas, en la oscuridad detroitesa. La atmósfera construida en Lost River somete al espectador a una hinopsis que se alarga durante sus 95 minutos de duración (sí, hasta el último segundo). A la sugerente y brillante estética hay que sumarle la excelente composición musical de Johnny Jewel, que se encarga de hacer que la fuerza de cada imagen alcance las cotas más altas posibles.


Las referencias de las que tanto se ha hablado estos últimos días me parecen bastante absurdas, más allá de que el tono de esta película no sea precisamente parecido al de ninguna de sus supuestos referentes. Todos los directores, y más en su primera película, plasman en la pantalla detalles que recuerdan, en mayor o menor medida, a otros cineastas. No obstante, en Lost River no vislumbro más que eso: detalles. Me quedo con que esta ópera prima contiene algunas de las secuencias más potentes que he visto desde el club de Exótica, la fiesta de Eyes Wide Shut, o El Club Silencio de Mulholland Drive.

Esperemos que esto sea más que un logro puntual, porque sin llegar a parecerme una obra maestra, Lost River es sin duda la apuesta más atrevida de 2014, y una genial película que espero gane adeptos con el paso del tiempo. Inicio prometedor como director y guionista del canadiense, que nos permite soñar con un cine que apela a los cinco sentidos.